Manuel León

Como toda Canarias sin excepción tengo familia cercana o lejana que ha emigrado. Y no es por no hablarles a mi hija y mis dos hijos universitarios en incontables ocasiones que busquen salida profesional fuera, donde se les valore profesional y económicamente, que no hayan emigrado todavía, el tiempo dirá. Los emigrados recientes han sido dos sobrinos, uno a Alemania, el otro a Mallorca primero, luego a Barcelona donde hizo familia.
Pero los antecedentes familiares de pasos migrantes, al menos conocidos, hay que buscarlos justo hace cien años, en la década de 1920-1930, pero de seguro hay antecedentes migrantes en la familia anteriores a éste en décadas y siglos anteriores. En ese tiempo que seguía a la terminación de la primera guerra mundial, de la gripe española, del bloqueo e aislamiento de las islas, de hambre y miseria, algo que no era nuevo para los isleños. Mujeres y hombres que emigraron desde siglos atrás a las Américas, a las Antillas, al Caribe. En esa misma década emigró a la Gran Antilla, a Cuba, mi bisabuelo, el padre de mi abuela materna. Siete años de trabajo, de vivencias y de seguro, segunda familia creada allí, y que los nietos y bisnietos situamos entre Ciego y Morón en la provincia de Ciego de Ávila, en la parte central de Cuba. La querencia por aquella isla-país, por la nueva familia que hizo allí, le hizo negarse a regresar a Gran Canaria hasta el punto que su cuñado, que estuvo con mi bisabuelo esos años en Cuba, ya retornado a Gran Canaria, hubo de regresar a buscarlo. De manera que en aquella historia de trabajo y dolor hubieron dos Mujeres de Sal, la que lloraba el marido perdido pero que regresó al fin, y la mujer cubana que teniendo marido lo perdió y nunca supo de él. Historia dura de imaginar, dura de vivir y duro de recordar en estas líneas de nostalgia, historia demasiadas veces repetida en otras familias de migrantes canarios.
Pues bien, ahora me toca a mi emigrar, aventurarme a hacer las Américas, cien años después de mi bisabuelo, y ahora siendo yo abuelo. Cinco generaciones han pasado y las dos últimas, tataranietos y biznieto se lanzan a la aventura, claro que no tiene el mismo mérito que antaño. El transporte, el viaje es más rápido, de semanas a principios del siglo XX, pasamos a casi un día de desplazamiento. Pero las ilusiones son increíbles por mi parte con la ayuda inestimable de mi prometida Raiza que me espera en aquella ciudad de La Florida, abriendo caminos, posibilidades, sueños por cumplir. De alguna manera es hermoso pensar, que algo de aquel dolor de mi bisabuelo, por su abandono de Cuba y de la mujer de sal que allí quedó, podría quedar resarcido con el reencuentro entre Raiza y el que escribe, nuestro compromiso de amor y de pasar una buena vida, la que se nos ha negado en nuestros respectivas islas-paises.
Razones tenía Luis Aguilé cuando cantaba aquello:
Cuando salí de Cuba dejé mi vida, dejé mi amor
Cuando salí de Cuba, dejé enterrado mi corazon.
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