Más de cuatro siglos de violencia y resiliencia Indigena en la Sierra Madre occidental, Mexico

Año 1925. Fred C. Dobbs (Humphrey Bogart) decide ir a Tampico en busca de oro para salir de la miseria. Emprende el viaje con otros dos vagabundos (Walter Huston, padre del John Huston y Tim Holt), pero la codicia y la envidia que surge entre ellos les creará más problemas que cualquier dificultad del camino. «El tesoro de Sierra madre» escrita y dirigida por John Huston y basada en la novela homónima de 1927 de B. Traven. Película cruda dónde Humphrey Bogart nos muestra una sus mejores registros interpretativos de toda su carrera.

¡¡Espera a verme en mi próxima película, interpreto al peor bicho con el que hayas podido tropezarte nunca!” – Exclamó desde la acera del restaurante “21” un jubiloso Humphrey Bogart a Archer Winsten crítico cinematográfico del NY Post. Corría el año 1946 y Bogie estaba realmente excitado ante la perspectiva de volver a trabajar con su amigo John Huston, interpretando a un personaje muy alejado de los papeles heroicos que se le presumían por ser una gran estrella en la cima de su carrera. Afortunadamente Bogart, por su status y por su gran tirón de taquilla, se había liberado de las restricciones de la política del estudio y se hallaba en condiciones de escoger los papeles que le apetecieran. Utilizó esa libertad para interpretar a Fred C. Dobbs un auténtico looser al que la fiebre del oro y la avaricia empujan a la locura en «The treasure of Sierra Madre”(1948). Sin duda es una novela y película dura, pero ni por asomo se acerca a la dureza extrema, lucha y resiliencia de los pueblos indígenas a lo largo de los últimos cuatro siglos en Sierra Madre o Sierra Tarahumara.

Canarias Decolonial

Fotograma de «The treasure of Sierra Madre” con los tres actores principales: Humphrey Bogart, Walter Huston y Tim Holt


Más de cuatro siglos de violencia y resiliencia, en la historia de los pueblos originarios de la Sierra Tarahumara

Eduardo R. Saucedo Sánchez de Tagle. Universidad de Salamanca, España. Extraído (páginas 102-123) de Diversidad, Choques e Inclusiones Culturales en Iberoamérica (siglos XVI-XXI). Producida por: Editorial Universidad de La Serena Los Carrera 207, La Serena. Chile

Introduccion

Los pueblos indígenas de la Sierra Tarahumara cohabitan el territorio serrano junto a una mayoría de población no indígena o “mestiza”, que suma un total de 194,000 habitantes, con los cuales los pueblos indígenas han mantenido una histórica relación conflictiva por la propiedad, el control y el manejo del
territorio y los recursos naturales.

A pesar de que territorial y demográficamente la Sierra Tarahumara es la región indígena más grande de todo el norte de México, y a pesar también de la fama mundial que ha adquirido en las últimas décadas, así como de la fascinación que por largo tiempo ha ejercido entre misioneros, antropólogos, artistas, intelectuales y viajeros, es indudable que hoy, en pleno 2020, se trata de una de las regiones menos conocidas y estudiadas del México contemporá-neo; incluso por parte de los especialistas.

De igual modo, existen una serie de procesos económicos y sociales, relacio-nados con actividades como la proliferación de la siembra y el tráfico de estupefacientes, la minería, la sobreexplotación del bosque, así como el desarrollo de proyectos turísticos depredadores, todos los cuales han tenido efectos dev-astadores en el entorno natural y en la existencia de los pueblos originarios de la Sierra Tarahumara. Pobreza crónica, marginación de servicios públicos, violación de sus derechos elementales, discriminación, racismo y, sobre todo, exposición constante a la violencia, son una realidad cotidiana para estos pueb-los (Pintado, 2012).

Además, el narcotráfico, la explotación forestal, la minería y el turismo han ge-nerado una territorialidad opuesta a la territorialidad indígena. Una territoria-lidad esgrimida desde el poder, la cual se expresa a partir del papel que poseen las sociedades no indígenas para ejercer el control económico y político, para imponer estructuras de organización y administración, para ejercer el mono-polio de la violencia, para justificar el modelo de desarrollo regional impuesto, y para decidir sobre los destinos de los recursos naturales de la zona.

Se conoce como Sierra Tarahumara a la porción de la Sierra Madre Occidental que atraviesa el sur y suroeste del estado de Chihuahua, así como algu-nos municipios colindantes de los estados de Sonora y Sinaloa, en el noroeste de México. Una región compuesta aproximadamente por 7,000 localidades, asentadas a lo largo de 60,000 km2, distribuidas principalmente en 16 extensos municipios del territorio chihuahuenses, en los cuales habitan más de 290,000 personas. La mayor parte de ellas, a partir de un patrón de asentamiento mar-cadamente disperso (Saucedo, 2013: 16), en donde el 52% de las localidades se constituyen por asentamientos de una o dos viviendas, con una densidad de población de apenas 4.2 habitantes por km2. (Sariego, 2002, 2008).

La Sierra Tarahumara es habitada actualmente por cuatro pueblos originarios. Entre ellos destacan los rarámuri o tarahumaras, pues constituyen el pueblo más numeroso y conocido de la región. Según datos censales, la Sierra Tara-humara está habitada por 85,018 hablantes de lengua rarámuri, quienes viven entre las cumbres y los barrancos de la mayor parte del territorio serrano. Existe también población rarámuri que ha migrado en busca de trabajo asalaria-do a la ciudad de Chihuahua, Ciudad Juárez, y a otras ciudades de los estados de Baja California, Coahuila, Durango, Sinaloa. Los rarámuri comparten el territorio serrano con otros tres pueblos originar-ios: Los tepehuanes del norte (ódami en su propia lengua), quienes suman 7,906 hablantes, asentados en distintas secciones del municipio de Guadalupe y Calvo; el más meridional del estado de Chihuahua. Les siguen, en densidad demográfica, los guarijío, que suman 2,136 hablantes, y que pueblan tanto las cañadas de los municipios chihuahuenses de Chínipas, Moris y Uruachi (warijó en su propia lengua), como en los municipios sonorenses de Álamos y Quiriego (makurawe en su propia lengua). Y finalmente los pimas, que su-man 851 hablantes, asentados en los municipios chihuahuenses de Madera y Temósachic (o´oba en su propia lengua); así como en el municipio sonorense de Yécora (o´ob en su propia lengua), INEGI (2015).

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