☆ Por Manuel de Paz Sánchez
Historiador Canario / periodismohistorico.com
La emigración cubana, en el sur de los Estados Unidos, constituyó un foco de rebeldía perpetua y una auténtica amenaza para las autoridades coloniales de la isla, durante el último tercio del siglo XIX -Tregua Fecunda y crisis económica en Cuba-.

En Tampa, Cayo Hueso, Ibor City y otros enclaves de la península de Florida e islotes adyacentes, se refugiaban y llevaban a cabo sus actividades importantes núcleos de emigrantes cubanos y de españoles re-emigrados que encontraron en las labores tabaqueras, en particular, una forma de ganarse la vida. Razones de política fiscal, de seguridad y otros intereses llevaron a muchos cubanos a establecerse en la región, y a organizar, a través de una densa red conspirativa, que incluía toda el área del Caribe y Centroamérica, la revolución desde el exilio, en conexión con las organizaciones del interior de Cuba.
Como indica Rivero Muñiz, «con excepción de algunas docenas de tabaqueros españoles, venidos de Nueva York y La Habana, el resto de la población de Ibor City se componía de cubanos». Fue, sin duda, añade este autor, la tribuna de las tabaquerías el más eficaz vehículo para la difusión del ideal separatista; los lectores de las fábricas de tabacos, cubanos en su totalidad, realizaron una labor digna de encomio. «Desde el primero que ejerció esa profesión en Ibor City, nombrado Nicolás de Armas, jamás ninguno de estos meritorios obreros dejó de contribuir hábil y tesoneramente a tan laudable empeño» [1].
El periódico Patria que, desde el 12 de marzo de 1892, dirigía José Martí en New York, era leído diariamente en las tabaquerías… Cuba ofrecía detallada información del desenvolvimiento de los clubes; tres nuevas publicaciones, Verdad, El Esclavo y La Revista de Cuba Libre -añade el citado autor-, compartían con el anterior y con algunos otros como El Yara «la fogosa prédica revolucionaria» [2].
LOS ISLEÑOS DE FLORIDA
Uno de los primeros cubanos que, en 1886, acudió a trabajar como tabaquero en Ibor City fue Manuel Deulofeu Lleonart, quien publicó en Tampa un libro titulado Remembranzas de un proscripto [3]. En esta obra subraya, en relación con la emigración cubana en Cayo Hueso, la temprana presencia de isleños que no tardaron en identificarse con el ideal emancipador.
Entre estos isleños Deulofeu menciona a la señora Ramona Pizarro de Parra, «que habiendo nacido en las Islas Canarias fue conducida a Cuba de pocos meses de edad, y educada en La Habana. Llegó a ser una de nuestras más inspiradas poetisas, identificándose de tal modo con los sufrimientos del pueblo cubano y con sus nobles aspiraciones de libertad, que emigró a Key West, donde con sus hermosas e inspiradas composiciones poéticas, animaba las fiestas patrióticas. Su hermosa composición Cuba y Santa Cruz, demuestra que sin dejar de amar a la tierra de su nacimiento, sentía extremada simpatía y profundo cariño por la Isla de Cuba» [4].
Mas, no fue sólo en el ámbito cultural donde destacaron los cubano-canarios inmigrados a Florida. Los tabaqueros de Key West eran un manantial inagotable de recursos para la Revolución, incluidos no pocos fabricantes que, en opinión de Deulofeu, «no son más que tabaqueros más o menos afortunados». Entre los manufactureros que se distinguían por su espíritu patriótico estaban, pues, Francisco Marrero, Enrique Canals, Angulo, Cayetano Savia, Ramón Dobarganes y Bernardino Díaz de la Rosa, «hijo de Canarias este último, que tanto amor demostró por la libertad e independencia de Cuba, y que con sus servicios personales y grandes donativos monetarios, demostró siempre su tierna solicitud por el bien de aquel grupo de emigrados que, a su vez, pagaba con amor y gratitud la ejemplar conducta de aquel noble y generoso isleño» [5].
No es extraño, en consecuencia, que el también isleño Secundino Delgado Rodríguez (1867-1912), emigrase a Cuba o a los Estados Unidos directamente, hacia mediados de la década de 1880, dada la situación económica de Canarias y, en particular, de su numerosa familia, y, casi seguro, como prófugo del ejército que, precisamente en 1886, adquirió en el Archipiélago una dimensión más regular y admonitoria, y tampoco resulta nada raro que decida, seguramente transcurrido algún tiempo de una primera estancia en Cuba, pasar a los Estados Unidos, donde, en las localidades antes mencionadas, y, desde luego, en otros puntos del país, se brindaban evidentes oportunidades económicas para tabaqueros, artesanos y trabajadores de los más diversos oficios.
En este contexto laboral, igualmente, tampoco es arriesgado pensar que el denominado «padre del nacionalismo canario» se sintiera atraído por las corrientes anarco-socialistas y lasallistas que tenían verdadera pujanza en el mundo sindical norteamericano de entonces y, también, entre sectores significativos de la emigración obrera y revolucionaria procedentes de la Gran Antilla.
SECUNDINO DELGADO EN TAMPA. EL ESCLAVO
Sea como fuere, lo cierto es que, a comienzos de 1895, Secundino Delgado está radicado en Tampa, trabaja en la fábrica de tabacos de Monné y participa, activamente, en el Círculo de Trabajadores de aquella localidad que, desde hacía varios meses, venía abrigando el proyecto de llevar a cabo una huelga en la comarca. Incluso es posible que nuestro personaje participara en la fundación de El Esclavo, periódico obrero semanal, cuyo primer número vio la luz el 9 de junio de 1894.
El análisis -aunque sólo sea limitado y breve-, de la ideología del periódico y de las actividades sindicales de Secundino Delgado que se traslucen a través de sus páginas, resulta del máximo interés para conocer no sólo aspectos inéditos de su trayectoria biográfica, sino también para entender mejor su práctica política posterior.
«Esclavos modernos bautizados con el nombre de proletarios, invadimos la arena periodística robando horas al descanso para protestar de este sistema social que nos explota y tiraniza y para contribuir en la medida de nuestras fuerzas a la gran obra de la redención de la humanidad», afirmaba El Esclavo en su primer editorial programático. ¿Cuál era la ideología de este periódico?, sin duda, obrera. En la comisión sostenedora y redactora del mismo, en las comisiones de los talleres tabaqueros y en el Círculo de Trabajadores de Tampa bregaba a la sazón un conjunto de obreros anarquistas y socialistas que podríamos definir como autogestionarios, y que deseaban radicalizar la lucha sindical en la zona.
En algún momento, incluso, uno de los ideólogos del periódico, J. Cesraí, que como casi todos ocultaba su identidad bajo seudónimo (J. Raíces podría ser su presunto nombre aunque bastante exótico), llegó a aplaudir el programa reformista del denominado Partido Populista de Estados Unidos, que como una cuña pretendía desbaratar el juego alternativo de los dos grandes partidos tradicionales: «El pueblo americano empieza a comprender las bondades que encierra el socialismo, pero al mismo tiempo poseen la arraigada creencia de que las urnas electorales son el mejor medio que pueden emplear para realizar lo que desean. Con este pueblo sucede lo mismo que se nota en una gran parte de los separatistas cubanos. Conocen éstos las ventajas y expresan sus simpatías por las mejoras que saben se conseguirían en Cuba haciendo allí la revolución social, pero rehusan aceptar el socialismo, al presente, por dar preferencia a la revolución política que sólo les dará la emancipación de España, sin conseguir con ello beneficio alguno que mejore la triste condición de los obreros. De igual manera, es difícil persuadir a estos americanos para que hagan por medio de las armas el cambio que desean realizar acudiendo al uso de las urnas». Un recuerdo casi nostálgico del populismo ruso parecía flotar en el ambiente.
El autor del artículo confiaba en que las contradicciones desatadas a raíz de la intervención significativa del Partido Populista en las elecciones, desencadenaran, incluso, un conflicto civil que, como la Guerra de Independencia y la de Secesión, hiciera nacer una nueva república igualitaria y benéfica para los nuevos esclavos, para la clase trabajadora.
«Entre socialistas que no son autoritarios y anarquistas, -dirá en una segunda entrega del 22 de agosto de 1894-, no debería de existir división alguna. Una gran parte del socialismo que aquí se propaga no es autoritario y se dirige al mismo fin que la Anarquía. Un gran número de anarquistas, si no todos, fueron antes socialistas. Ambos pretenden abolir la propiedad individual y suprimir el gobierno. La diferencia que entre unos y otros pueda existir, será solamente en los métodos que ambos deban de emplear para hacer el cambio social. En este país, mejor que en ningún otro podría realizarse esa evolución social con pocos sacrificios y sin grandes trastornos. Las bases democráticas en que descansa la Constitución de los Estados Unidos y su organización política, facilitarían mucho la realización de ese cambio; pero la ambición y el egoísmo de los usurpadores de todas las riquezas, se oponen abiertamente a ello». Además, añade a continuación que los «anarquistas y los socialistas desempeñan en la revolución social el mismo papel que en la revolución de Cuba representan los autonomistas y los separatistas independientes. Los autonomistas esperan conseguir sus libertades por medio de las reformas que España les conceda. Los separatistas, por el contrario, pretenden conquistar su independencia por medio de las armas para darse ellos mismos las libertades que desean del modo que les plazca».
En este contexto, es imposible evaluar con estrictos parámetros ideológicos europeos las características del anarquismo criollo de la colonia cubano-española en el Sur de los Estados Unidos, y ello a pesar de que el anarquismo, como conjunto de doctrinas, es amplio y diverso. Muchos de estos emigrantes españoles y cubanos provienen de situaciones político-sociales infinitamente más injustas en sus puntos de origen, por ello confían, al menos inicialmente, en la posibilidad del cambio social por métodos pacíficos, aunque sin renunciar, en última instancia, a la violencia liberadora.
LA CAUSA EMANCIPADORA
Pero, ¿cuál es la actitud de estos obreros con respecto al movimiento revolucionario encabezado por José Martí para independizar Cuba?, puede responderse que solidaria en el ideal emancipador, pero, sin duda, crítica. «En Nueva York -se asegura en un artículo del 5 de septiembre de 1894-, quizás más que en ninguna otra ciudad de los Estados Unidos, hay algunos de esos individuos, a los cuales dan ayuda y calor otros que, sin ser vividores, son conservadores y retrógrados, por más que pretendan ser liberales y que algunos de ellos hayan sido considerados como prominentes patriotas en la revolución pasada». Se trata de un tema muy significativo, porque también es una de las claves que nos permite entender la existencia de influencias martianas sobre Secundino Delgado.
El éxito de Martí en su relación con los trabajadores radicaba en su solidaridad para con sus reivindicaciones y en su interés en la formulación de una ideología nacional popular comprensible para ellos. Ya en la década anterior, asevera el historiador Gerald Poyo [6], Martí había expresado su opinión de que la base liberal del pensamiento nacionalista tenía que cambiar. Según este autor, para asegurarse la participación obrera, en su primera gira a Florida Martí se entrevistó en Tampa con Ramón Rivero y los hermanos García Ramírez, defensores de las causas de los asalariados desde 1887. Juntos formularon, en 1891, las ideas y los estatutos de lo que sirvió como base del nuevo movimiento rebelde. Escribieron las «Resoluciones de Tampa», en las que se avanzaban sus principios ideológicos. «La organización revolucionaria lucharía por crear una República justa y abierta, unida en territorio, en derechos, en trabajo y solidaridad, construida por todos y para el bien de todos».
Así, pues, como subraya Poyo, Martí «si por una parte hacía un llamamiento a la justicia social y legitimaba la labor sindical en defensa de los intereses obreros, por otra rechazaba la lucha de clases -defendida por los anarquistas- por ser contraproducente». Opinaba el héroe nacional cubano que las relaciones entre las clases sociales deberían caracterizarse por la justicia y la solidaridad. Los trabajadores respondieron favorablemente a sus propuestas, lo mismo que la mayor parte de los empresarios cubanos establecidos en Florida, quienes en el fondo veían con agrado, Poyo dixit, una influencia moderada del movimiento obrero revolucionario.
Posteriormente, Martí confraternizó aún más con los obreros. Criticó a los anarquistas abiertamente, refutando sus ideas acerca de los movimientos políticos. A través del periódico Patria, por ejemplo, exhortó a los trabajadores a reconocer la importancia de la acción política y afirmó que todos los movimientos tienen una dimensión política. Pero Martí también era consciente de que al criticar el anarquismo se estaba oponiendo a una doctrina aceptada por un sector significativo de la clase obrera cubana en Florida. Por ello ofreció su opción popular, que se ganó el apoyo incondicional de muchos proletarios. La falta de medidas políticas específicas en sus escritos y discursos no parecía preocupar demasiado a sus seguidores. Ellos nunca habían oído tales expresiones de sensibilidad y solidaridad de los labios de un líder patriota. El único tema de contenido social que había preocupado a los oradores de las décadas pasadas había sido la esclavitud, pero ahora el liberalismo cedía ante los problemas y las inquietudes de una nueva era.
El 19 de septiembre de 1894, un suelto de El Esclavo, con el significativo título de «Y es lástima», respondía, precisamente, a una crítica del Sr. Rivero, entendemos, lógicamente, que se trata de Ramón Rivero, el estrecho colaborador de Martí en Tampa y, también, líder obrerista, en el sentido de que el periódico hablaba mucho de bombas pero nada de las manufacturas: «Sepa este señor que todos los redactores de El Esclavo no son, como afirmó, españoles y solteros, pues también los hay padres de familia y dispuestos a sacrificarlo todo en aras de la clase que gime bajo la inicua burguesía. Impunemente ha atacado el Sr. Rivero esta redacción, sin fijarse que su ataque carece de veracidad, puesto que en casi todos los números de este periódico se sacan a la picota las canalladas de los burgueses y sus secuaces… Así las cosas, concluiremos diciendo al Sr. Rivero, que sentimos romper con él esta lanza, pero nuestra honradez nos obliga a descargarnos de una inexactitud suya, porque, al contrario de como él piensa y dice que nosotros pensamos, queremos rebelar al pueblo, agitarlo siempre, haciéndole comprender su mísero estado…, su condición de esclavo y la insultante opulencia de sus asesinos».
El problema, pues, presenta dos aristas de relieve. Por un lado, el mensaje anarquista más puro -lucha de clases, revolución popular sin concesiones- choca con el proyecto unitario de Martí que, mediante su discurso populista, trata de ganarse el apoyo de la clase trabajadora cubana en la emigración, y, por otro, surgen contradicciones previsibles basadas en la nacionalidad de los emigrados. Españoles y cubanos. Los primeros, aparte de hijos de la metrópoli, son, también, radicales que pueden desandar lo andado, desbaratar el proyecto unitario, contribuir a dividir en lugar de unir, todo lo contrario a lo que se necesitaba en estos momentos cruciales de la guerra nacionalista y anticolonial en favor de la emancipación de Cuba. Es lógico y previsible que la semilla de la discordia germinara en semejante caldo de cultivo.
En un amplio editorial del 7 de noviembre de 1894, El Esclavo se dirigió a los tabaqueros separatistas cubanos de los Estados Unidos: «…un puñado de emigrados por diversas causas de Cuba -unos a consecuencia de la guerra y otros por la situación económica- y establecidos en esta República y principalmente en la Florida y que no están conformes con el pacto del Zanjón, mantienen ostentosamente enhiesta la bandera de la independencia y esperan el momento de que aquel pueblo se lance nuevamente a la lucha para sacudir el yugo de la metrópoli. Y para esto, para propagar esta idea y agitar y revolucionar aquel pueblo se hallan organizados en un partido llamado revolucionario y del cual formas tú, pueblo tabaquero, la mayoría. Mas contigo están también, dentro de ese partido, los que a fuerza de acaparar tu trabajo hoy poseen capitales y fábricas de tabacos en cuyos talleres vas a dejar tu salud en cambio de un mezquino pan que has de partir entre el hogar y el fondo del partido dedicado a la independencia de Cuba. Natural sería y lógico, que teniendo fabricantes y operarios un mismo origen, siendo unas las aspiraciones de ambos y debiéndote a ti ¡oh pueblo! su fortuna, compartieran contigo su riqueza o cuando menos fueran generosos en la retribución de tu trabajo… Y cuando abrumado por la miseria y exasperado por los abusos, quieres reclamarles una parte de lo mucho que te roban, esos hombres… son en realidad tus peores enemigos, te salen al frente y te dicen: no te muevas, que esto es un ardid de los españoles para fastidiarte… Y con ésta y otras calumnias te azuzan contra tu compañero de esclavitud que por casualidad nació en España y que tiene tantas ganas de ser libre como tienes tú, y contra todo aquel que se rebele contra la explotación del fabricante».
El problema estaba, pues, bastante claro. «Entre las calumnias divulgadas, -insiste el periódico-, una fue que el movimiento era exclusivamente de españoles, siendo así que la mayoría lo componían los obreros cubanos, quienes fueron también más tarde calificados de traidores porque se rebelaron reclamando un poco de más pan y de libertad». Además, los redactores del periódico insistían en que el socialismo anárquico era el faro que alumbraba a la humanidad en su camino hacia la libertad y el bienestar de la nueva sociedad que surgiría de las ruinas del presente. En Cuba, incluso, había llegado, según afirmaban, a todas las ciudades de alguna importancia, y añadían, «y si en aquella isla acaece una revolución, sea cualquiera la bandera que despliegue, los socialistas revolucionarios estarán en su puesto, estamos seguros de ello…, pues las revoluciones no pueden ser monopolizadas por ningún partido determinado pues son obra de diversos factores y de las ideas de la época». «Déjense los políticos de oficio – se matizaba en un suelto del mismo número -, de aumentar la división entre los trabajadores, que no es ese el programa que hay que llenar para independizar a Cuba ni honrar el suelo en que hemos nacido».
El periódico obrero de Tampa, sin embargo, proclamó en varios editoriales, a partir de diciembre de 1894, la necesidad de emancipar a Cuba de la tutela española, informó de la situación explosiva de la isla y, sin renunciar a sus planteamientos ideológicos, fijó sus esperanzas en la radicalización de la revolución antillana una vez que estallase el conflicto: «Somos anarquistas, y por lo tanto, revolucionarios, y si queremos mantener nuestro prestigio entre las masas, si queremos que nos oigan y den crédito a nuestra palabras, tenemos que luchar a su lado en las primeras filas en todo movimiento de protesta, en todo movimiento revolucionario y reivindicador que efectúe. Destruyamos, pues, al tirano gobierno español, pero no pongamos otro en su lugar que nos va a suceder igual; tomemos posesión de toda la riqueza y organicémonos bajo la base de la libertad y de la igualdad y seremos relativamente felices, sin burgueses ni proletarios, sin amos ni esclavos, pues todos seremos libres productores».
Igualmente, tras el estallido independentista, el 24 de febrero de 1895, el periódico saludó el advenimiento de la guerra liberadora: «Hoy en Cuba se grita ¡a las armas!, gritemos nosotros, hombres libres: ¡Al combate!». E insistió en marzo siguiente: «¡Revolucionarios de la Florida, de los Estados Unidos y del mundo entero! en Cuba se lucha por la libertad», con un mensaje dirigido a las clases obreras y campesinas de la Gran Antilla.
LA LUCHA SINDICAL
Ahora bien, estos aspectos ideológicos, este debate político-estratégico y periodístico estuvo envuelto en un interesante episodio de lucha sindical que implicó a diferentes sectores tabaqueros de Tampa y otras localidades de Florida, así como a algunos de los principales talleres de Nueva York.
En numerosas fábricas de habanos de Estados Unidos (Florida, Nueva York, Nueva Orleans, etc.) los operarios se quejaban, con frecuencia, del material, de las jornadas de trabajo y, particularmente, de los salarios -entre 18 pesos por millar de puros para los trabajadores de Florida y 22 para la mayoría de las fábricas de Nueva York-. Algunas empresas, en manos de cubanos y, también, de norteamericanos y extranjeros, establecieron sucursales en Cayo Hueso, Tampa y otros puntos, con objeto de beneficiarse de los salarios más bajos. También actuó como detonante de la protesta sindical la actitud despótica de un tal Arango, que como encargado del taller La Rosa, en Tampa, ejercía su autoridad despótica sobre los trabajadores, a los que, entre otras cosas, impedía comunicarse durante las tareas, controlaba la lectura de determinados periódicos y realizaba otros actos de arbitrariedad.
Desde finales de 1894 los trabajadores de Tampa, Cuba City e Ibor City venían celebrando diferentes asambleas reivindicativas, pero la huelga, promovida desde los círculos obreros más radicales, no acabó de cuajar por las propias disidencias internas. Por fin, en diciembre de 1894, cundió la alarma, pues se rumoreó que, a partir del 1º de enero de 1895, una de las empresas de Martínez Ibor pensaba iniciar la rebaja de precios. Paralelamente se desató una huelga en diferentes talleres de Nueva York y en el periódico El Esclavo se publicaron las listas de suscriptores que, en Tampa, comenzaron a solidarizarse con los huelguistas.
El 14 de febrero de 1895, El Esclavo llamaba directamente a la huelga en Tampa. El día anterior, los operarios de la casa Monné, taller en el que trabajaba Secundino Delgado, acordaron apoyar las reivindicaciones de La Rosa Española, que se había lanzado a la huelga por la actitud del ya citado Arango, su administrador. Además, acordaron que se luchara por la igualdad de salarios con Nueva York. Secundino Delgado aparecerá, a partir de estos momentos, como un destacado participante en las comisiones sindicales de Monné, uno de los dos talleres que iniciaron, en Tampa, la huelga de los tabaqueros. En este sentido figura su rúbrica en los manifiestos que, a la sazón, se publicaron en el semanario obrero, que, además, contemplaba la situación con verdadero optimismo: «¡Compañeros! La lucha está empeñada. Los que nos encontramos en la calle tremolando la bandera, debemos permanecer firmes en nuestros puestos, que el pueblo está con nosotros y contamos con el apoyo de todos los talleres de Ibor City y hasta podemos asegurar de todos los talleres de Cuba City, puesto que nuestro triunfo, es el triunfo de todos los obreros de la Florida, de todos los obreros de los Estados Unidos».
La resistencia de La Rosa y Monné se mantuvo hasta principios de marzo, pero fue vencida. En torno al 7 de marzo de 1895 fueron reducidos a prisión los principales cabecillas del conflicto. Entre ellos el propio Secundino Delgado. En efecto. Los detenidos Marcelino Cueto, Secundino Delgado, José Díaz, Luis Barcia y Manuel M. Abello, remitieron desde la cárcel, a una asamblea obrera que se reunió en el local del juego de pelota, el día 10, un mensaje de resistencia para que continuara la huelga.
Los detenidos fueron presos contra derecho y se les mantuvo bajo arresto durante doce días sin intervención de la justicia, contraviniendo la legalidad vigente. Como diría El Esclavo: «Nuestros compañeros fueron puestos en libertad de la misma manera que fueron encerrados en prisión. Esto es, los encerraron sin decirles la causa, y fueron despedidos también de la cárcel sin llevarlos ante un tribunal que los juzgase, ni darles explicaciones de ninguna clase, más que las dadas por el abogado que en concreto se reducían a esto: Han sido ustedes reducidos a prisión por mandato de la industria y el comercio y se les suelta ahora porque ya han conseguido lo que querían; pero como no se vayan de la localidad y haya algún movimiento obrero, volverán ustedes a ser presos y entonces será la cosa más seria».
El periódico criticó con dureza, también, la actitud de algunos compañeros de La Rosa y de Monné, que, pese a su fama de revolucionarios, se doblegaron a las presiones de las autoridades económicas y políticas de Tampa.
LA GUERRA NECESARIA: DELGADO EN LA HABANA
En las ciudades se concentraba la mayor cantidad de malvados, indicaba un suelto de El Esclavo, por ello, era en las ciudades donde los anarquistas deberían llevar a cabo su actividad revolucionaria, su destrucción creadora. Secundino Delgado, según la información disponible hasta estos momentos, viajó de Tampa a Cayo Hueso o, bien, directamente a La Habana en la primavera de 1895, tal vez por las amenazas de las autoridades de Tampa.
En este sentido, en su primera indagatoria ante el juez militar que llevó su caso en Madrid, en 1902, aseguró que fue a Cuba, por vez primera, en octubre de 1895, en calidad de revolucionario cubano procedente de Cayo Hueso, en cuyo punto colaboraba en algunos periódicos y tenía establecida una «herreduría» (sic). Sin embargo, José María Trillo, administrador de la empresa de guaguas La Unión, había manifestado en el mismo proceso que al encargarse de la gerencia de la empresa en julio de 1895, ya se encontraba empleado en la misma el «herrador» Secundino Delgado y que, en abril de 1896, lo despidió el veterinario de la empresa, Román Romero, al ver en el taller un pujavante con el lema «Mueran los burgueses, viva la anarquía». Manifestaciones que, sustancialmente, fueron ratificadas por el citado Romero [7].
Señala también Secundino Delgado, en su primera indagatoria que, en abril de 1896, se embarcó con su familia para Canarias, a bordo del vapor «Berenguer el Grande», y pasó a residir en Santa Cruz de Tenerife, donde, en efecto, arrendó una huerta en mayo de aquel año, según declaración -inédita- del arrendador. Unos meses después marchó a Caracas, donde publicó El Guanche (1897-98) y, donde trató de organizar una expedición revolucionaria, lo que no consiguió. Asevera, además, que marchó a Santiago de Cuba, tras la firma de la paz entre Estados Unidos y España, pero no sabemos si se trata del armisticio de agosto de 1898 o del Tratado de París de fines de ese año, aunque es probable que se refiera al segundo por cuanto, al parecer, remitió, desde Camagüey, en febrero de 1899, una carta a su hermano Juan, residente en Santa Cruz de Tenerife. Y, en fin, que continuó en la isla hasta regresar a Canarias en abril de 1900, tras conseguir que, el día 17, se le expidiera pasaporte como ciudadano cubano.
En el proceso, Secundino Delgado fue acusado de la construcción de una bomba que fue colocada por otro revolucionario, Armando André, en las letrinas del Palacio de la Capitanía General de La Habana el 28 de abril de 1896. Uno de los principales encartados, Ceferino Vega, (a) el Asturiano y el Dinamitero, declaró que Secundino Delgado había sido el que le ayudó a construir la indicada bomba de dinamita.
En el proceso, sustanciado en La Habana a partir de la fecha del atentado y, particularmente, tras diversas detenciones de sospechosos llevadas a cabo en septiembre de 1896, aparecen implicados Julián Valdés, Lanusa, Zayas y otros miembros de la Junta Revolucionaria de La Habana.
En concreto, Ceferino Vega aseveró que «no estando bastante práctico en la construcción de bombas cargadas de dinamita, se avistó al siguiente día del acuerdo, con don Secundino Delgado, herrador de la empresa de guaguas de La Unión, cuyo individuo por más señas, tiene una cicatriz junto a un ojo, producida por la patada de un caballo, y constándole que era práctico en la fabricación de bombas cargadas con dinamita, trató con él, la confección de la que se necesitaba; que aceptada por Delgado la construcción de la bomba, aquel la fabricó auxiliado del declarante, en la casa número sesenta y cuatro o setenta y cuatro de la calle de San Nicolás que estaba desalquilada y Delgado poseía la llave; que tardaron un día en hacerla; que avisado don Armando de estar construida la recogió, y dijo que la colocaría al segundo día en el Palacio del General, y así lo hizo».
Más tarde, Ceferino Vega desmintió que fuera Secundino Delgado el individuo que construyó la bomba, y sí un empleado del Gobierno amigo de Armando André, «cuyo empleado sabe entiende de química», pero, además, mintió en relación con la participación de Julián Valdés en la conspiración y afirmó conocer a Secundino Delgado, pero matizó que ignoraba sus ideas políticas. De lo que no cabe duda es que lo mismo que Ceferino Vega, más conocido por el Dinamitero, Secundino Delgado mentía por oficio. Mentía de forma sistemática, por obvias razones de seguridad personal. Tanto en el proceso como en su obra autobiográfica: ¡Vacaguaré!:
– Voy a mostrarle su proceso- me dijo.
Y en un voluminoso mamotreto -esto sí es cierto, porque consta de seis gruesos expedientes fuertemente apretados-, dice Secundino Delgado, leyó cosas estupendas, ridículas y fantásticas al mismo tiempo. Recuerdo que hablaba de que yo embarqué para Cuba con la mujer de mi hermano, que era químico y mecánico por lo cual sabía preparar bombas, que el Dr. Zayas, general cubano muerto en la gloriosa guerra de independencia -hay dos Zayas, Alfredo fue presidente mediatizado mucho más tarde-, el Dr. Echevarría y no sé cuantos otros, colocamos explosivos y entre ellos uno en el palacio de Weyler… ¡Qué sé yo! ¡Tonterías!…
La risa me retozaba en el cuerpo hacía rato al contemplarme un ser tan temible; y es claro, así que el juez encaró en mí… largué el trapo. El rió también, y clavó sus ojos azules, de mirada noble y límpida, en mi mano, posada a la sazón en un barrote de hierro de la verja.
– Haré lo que pueda por V.- exclamó- No seré el juez, sino el abogado defensor».
En mi opinión, este fragmento casi lírico de su autobiografía es muy imaginativo, pura fantasía. Tal vez Secundino Delgado narra en esta ocasión lo que a él le hubiera gustado que hubiese sucedido en realidad, pero lo que en efecto sucedió no parece ajustarse a sus afirmaciones.
La experiencia cubana de Secundino Delgado debe ser contrastada, pues, con alguna otra fuente contemporánea. Y, en este sentido, fue muy satisfactorio para nosotros el hallazgo, no sólo de su proceso militar, sino, también, el de una pequeña obra publicada, en abril de 1901, por Armando André, el autor material del atentado contra la Capitanía General y contra el temido general Weyler, con objeto de crear el suficiente desconcierto en La Habana que permitiera el éxito de la revolución emancipadora en la capital de Cuba, y facilitar así la acción de las columnas invasoras que desde Oriente a Occidente dirigían Gómez y Maceo.
En su citada obra, Explosiones en la Ciudad de La Habana en 1896 [8], André describe, con detalle, los preparativos del atentado, menciona a Ceferino Vega, a Julián Valdés, a Alfonso López, a Alfredo Zayas (el que luego sería, efectivamente, presidente mediatizado), a Ángel y José Llanuza, al Dr. González Lanuza, a José Valladares, a Hubert de Blanc, a Adriano Silva y a otros varios que también aparecen en el proceso militar… El plan fue ciertamente novelesco. Pensaron en comprar un café que aún se levanta en las cercanías del Palacio y, a través de las alcantarillas, acumular la suficiente dinamita para volar el edificio. Pero este proyecto fracasó por falta de dinero. Por fin, tras diversas gestiones y viajes a Florida para adquirir más dinamita, se hicieron los preparativos finales. Asegura Armando André [9]:
El Asturiano se hizo cargo de la dinamita y la guardó en su domicilio…
Días después nos apoderamos de una casa vacía en la calle de San Nicolás número 147 y allí fabricamos la bomba.
Éramos tres: el Asturiano, un carpintero llamado Rafael Domínguez y yo.
Domínguez hizo la caja de madera con un forro interior de cobre que la hacía muy resistente y tenía por dimensiones, un pié cuadrado por tres y medio de largo. Su forma era oblonga…
El 28 de abril de 1896, a las once de la mañana, partí de mi domicilio, Lagunas número 93, en un coche de plaza llevando la bomba de dinamita…
Pese a que la explosión sólo produjo destrozos materiales relativamente insignificantes -al parecer la dinamita era de muy baja calidad y no estaba en las mejores condiciones-, el hecho suscitó la alarma entre las autoridades, que realizaron una investigación. Más tarde, el inspector de policía Prats detuvo a varios implicados, no sin que antes André y el Asturiano trataran de llevar a cabo otros atentados. El primero marchó a la insurrección y, según relató en su libro, no tardó en enterarse por la prensa de las detenciones del Dr. Lanuza, del Lcdo. Zayas, Ana Milián… el Asturiano y otros más «hasta el número de 42, entre los que descolló por su heroísmo excelso el sufrido Armando Ríos, que en sus declaraciones asumió él solo su responsabilidad…» El Asturiano, sometido a tortura, no habló nada que no fuera conveniente… El Asturiano es hoy vigilante de Policía en el 8º Prescinto…
Secundino Delgado no aparece mencionado en el testimonio impreso de Armando André, quien, a la postre -eterno rebelde-, sería una de las primeras víctimas del machadato, pero no puede negarse, al menos con los datos disponibles, la participación del tinerfeño en la conspiración revolucionaria de La Habana.
Este isleño singular fue protagonista de una intensa aventura histórica en unos momentos cruciales de Canarias y de América. El conocimiento de su biografía en todos sus matices es necesario, y, en este sentido, es preciso devolverle su dignidad histórica, al margen de todo proceso mitificador y del apresurado análisis comparativo con otros prohombres de su época. Su modelo vital, dada su experiencia posterior, nos parece en cualquier caso más americano que europeo, pero aún quedan muchos aspectos oscuros en su biografía que, poco a poco, irán saliendo a la luz, como, por ejemplo, su interesante aventura venezolana, que, sin duda, también influyó de forma decisiva en su ideario político ulterior.
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[1] . J. Rivero Muñiz: Los cubanos en Tampa, La Habana, 1958 (separata de Bimestre Cubana, LXXIV, 1958), pp. 17 y 41.
[2] . Op. Cit., p. 76.
[3]. Tampa, 1900, 129 páginas.
[4] . M. Deulofeu Lleonart: Op. Cit., p. 20.
[5] . Op. Cit., p. 25.
[6] . G.E. Poyo: «With all and for the good of all. The emergence of popular nationalism in the cuban communities in the United States, 1848-1898, Duke University Press, Durham, 1989.
[7] . V. M. de Paz Sánchez: «Nuevos documentos sobre Secundino Delgado», Revista del Oeste de África, ROA, nº 9, 1990.
[8] . Imprenta del Avisador Comercial, La Habana, 1ª edición abril de 1901.
[9] . Op. Cit., pp. 17-18.
*SECUNDINO DELGADO Y LA EMANCIPACIÓN CUBANA fué publicado en » El 98 canario-americano. Estudios y documentos», Ayuntamiento de La Laguna-Gobierno de Canarias, 1999. El trabajo fué enviado por el autor como colaboración con nuestra página.