Basile Guissou*
Mugak. Centro de estudios y documentación
África en busca de una identidad completamente enmarañada por una élite servil
El antropógo de Benin, antiguo funcionario de UNICEF, Stanislas Spéro, escribe que “África tiene la cabeza enferma y es ahí donde tenemos que actuar. Hay que provocar a sus lobbies para que puedan contemplarse sin concesiones, dotarse de un orientación, de una VISIÓN”.

Aquellos que tienen el poder de decidir y de actuar en nombre África hoy (Estados, gobiernos, intelectuales) aceptan primero ser considerados y clasificados en “francófonos”, “anglófonos”, “arabófonos”, “hispanófobos”…; luego, en “países ricos”, “países pobres” y “países intermedios” segun criterios y puntos de vista elaborados fuera de África desde 1885 y tenidos por “universales”. Actuando de esta manera, las clases dirigentes africanas esperan “captar” el desarrollo, así como las imágenes de felicidad perfecta de las sociedades europeas, rebosantes de democracia y de vituallas, que difunden las cadenas de televisién, a todas horas del día, desde Europa hacia África. De África, y proveniente de África, las únicas imágenes que se venden bien hoy en día en las cadenas internacionales de televisión son las de miseria, hambrunas, revueltas y saqueos en las capitales, guerras tribales fraticidas, enfermos de SIDA, etc. Y son esas imágenes las que condicionan la voluntad y la opinión pública “colgada de la RED” en Europa e incluso en África. Son las que motivan y condicionan la voluntad de huir de un continente africano condenado, en busca de otros continentes mostrados siempre como sueños en las salas de cine, videos y televisiones occidentales que se reciben en África. La fuente y el origen de las actuales migraciones salvajes desde África hacia Europa, a costa de cualquier sacrificio (incluida la vida), se encuentran en la imágen caótica y deformada que tienen los africanos de sí mismos.
Desde 1885, África exporta materias primas brutas y productos agrícolas no transformados (oro, petróleo bruto, café, cacoa, algodón, etc.) a precios fijados por un mercado sobre el cual no tiene posibilidad de influir desde hace cien años. Desde 1885, África colonial y poscolonial espera el desarrollo de su economía, de sus inmensos recursos, de sus instituciones políticas como los personajes de la célebre obra de teatro de Samuel Beckett “esperando a Godot”. Y como todo el mundo sabe, Godot no vendrá nunca.
El África de los llamados Estados modernos y civilizados por Europa; el África que ya no piensa ni habla más que en francés, inglés, árabe o español, la que aplica desde hace al menos diez años los programas de ajuste: esa África no tiene ninguna opción en el siglo XXI. Cultural e ideológicamente vencidas, la derrota económica y política de las clases dirigentes se volvió inevitable desde al menos 1980, en lo que concierne precisamente a “un país francófono, pobre y árido” como el mío, mi Burkina Faso natal. Descrito brevemente, Burkina, con una superficie de 274.000 km2, y 12 millones de habitantes que residen en el país, a los que habría que añadir otros seis millones que viven los países vecinos, Costa de Marfil y Ghana. Es un país situado a 1.200 km2 del Oceano Atlántico. En 1919 mi país era la colonia francesa más poblada en África Occidenta francesa. La estrategia de “rentabilizar” las tierras conquistadas (plantaciones de aceite, palma, cacao, café y extracción de oro) acarreará la transformación del territorio en reserva de mano de obra a exportar para el trabajo agrícola forzado en las colonias situadas al borde del mar. Es la razon por la que actualmente más de 6 millones de burkineses viven fuera de su país.
No hace falta precisar que este país nunca fue programado para un desarrollo económico de ese tipo. Hasta 1983 vivirá de las ayudas alimenticias ofrecidas gratuitamente en periodo de crisis por la famosa Comunidad Internacional. Se le mantenía en una situación en que (como decía Karl Marx de los pequeños campesinos) “no podía ni vivir ni morir”.
El 4 de agosto de 1983, un grupo de jóvenes oficiales del Ejército, aliados a partidos civiles de izquierda, toman el poder a través de un golpe de Estado. Se proclama la Revolución Democrática y Popular, allí donde no la preveía ningun observador exterior. Sin tutela alguna y sin ningun apoyo exterior soviético, chino, francés o americano, el Consejo Nacional de la Revolución, conseguirá transformar cualitativamente el país contando exclusivamente con la movilización y organización de las masas. Del 83 al 91, Burkina no ha recibido un solo dólar de ayuda o de financiación proveniente de una institución o país donador. Sólo los proyectos que ya funcionaban se han mantenido. Con el apoyo de cifras, estadísticas y porcentajes, he demostrado en mi libro “Burkina Faso: una esperanza en África” que el último de los países más pobres podía realmente prescindir de todas las falsas ayudas del exterior y escoger su desarrollo segun sus propias vías. Los americanos dicen “vhere these is a vill, there is a way”
África, en el 2000, tiene todavía todas las posibilidades a su alcance. Tras experimentar todo tipo de soluciones importadas para resolver sus problemas, será cada vez más imposible hacer frente a catástrofes cada vez más absurdas. La población ya no puede más e incluso las clases dirigentes están llenas de dudas ante el fracaso completo de los modelos de desarrollo importados.
Las perspectivas de una difícil vuelta al camino de Kwame N’Krumah
El 9 de septiembre de 1999, en Syrte, Libia, los jefes de Estado africanos, reunidos en una cumbre extraordinaria, rindieron un merecido homenaje póstumo al único precedesor que se atrevió a proponer, en 1963, la creación de los Estados Unidos de África para enfrentarse al resto del mundo como un poder económico y político. Denunciado como agente del comunismo internacional y peligroso anti-occidental, fue aislado y combatido durante toda su vida. Pero el doctor Kwame N’Krumah, presidente de la República del primer territorio colonial (Ghana) que arrancó su independencia política (1958) del gobierno británico en África del Oeste, fue un lúcido visionario. Su libro más célebre tiene el futurista título de “África debe unirse”.
36 años después, el problema de África, todos los problemas y todas las soluciones, se concentran en esas tres palabras. África no tiene ningun porvenir mientras continúe dividida en 53 trozos separados, artificialmente denominados 53 Estados, divididos y opuestos unos a otros e incapaces de garantizar la unidad, la estabilidad y la paz social incluso en el interior de sus respectivos países. Lo que en 1963 no eran más que las conclusiones del análisis político de un genio intelectual se ha convertido en realidad concreta hoy en día.
La unidad de los 53 países africanos es un problema a resolver con la mayor urgencia. Pero la vías y los medios para realizar los Estados Unidos de África son, hoy en día, cien veces más complejos. Es muy difícil encontrar genios políticos a la cabeza de los Estados. El lider libio Moammar Khadafi, dirigiendose a los ministros africanos de asuntos exteriores, simplemente, leyó atentamente los textos fundadores de la Organización para la Unidad Africana (OUA, 1963, Addis Abeba, Etiopía) y el tratado de la Comunidad Económica de África (1991, Abuja, Nigeria) y propuso que África los aplicara de inmediato.
Si el conjunto de los jefes de Estado africanos acepta hoy el principio de la creación de Unión Africana, no se debe ciertamente a ninguna iluminación divina. Se debe a que son conscientes, de manera confusa pero cierta, de su debilidad y aislamiento frente a los grandes clubs de París y Londres, de la Banca Mundial y del Fondo Monetario que dictan a cada uno un precio particular en aplicación de leyes venidas de Estados Unidos, de la Unión Europea o de cualquier otro sitio.
Ningun Estado africano es capaz de resistir solo frente a las grandes multinacionales que surgen a diario para controlar mejor los mercados y capipates en su exclusivo beneficio. O los Estados africanos toman la iniciativa política de comprometerse en el sentido de la unión, o se verán unidos, voluntaria o forzosamente, por el juego normal de las fuerzas del mercado mundial que se levantan a diario ante nuestros ojos. Mantener el actual status quo es imposible.
Entre ambas soluciones, la más beneficiosa es la de escoger conscientemente la ruptura con la imitación servil y atreverse a retomar la iniciativa histórica y política. Pese a todo lo que se dice y se cuenta, la idea de la Unión Africana (presentada hoy en día como un mero producto de la imaginación de Gadafi) los espíritus críticos más avanzados saben que las apuestas geopolíticas y estratégicas son enormes. Si el continente es capaz de crear un mercado de 800 millones de consumidores, en una superficie de 30.130.000 km2, se pondrá a la misma altura mundial de India o China en el mercado único que está en marcha con la globalización. Hablar con una sola voz en la arena mundial dará a África derecho a ser respetada y considerada, a diferencia de su posición actual, donde todo se decide sin ella y contra ella.
Conclusión: Una profunda necesidad de identidad
África, a diferencia del espejo que refleja la falsa imagen oficial de una mayor demanda de occidentalización, experimenta una profunda necesidad de ideentidad, de reasumir la iniciativa histórica que le era propia antes del choque colonial.
Sus lenguas nacionales quieren ser oficiales (con el mismo rango que las europeas), enseñadas a sus hijos para que sigan siendo lenguas maternas adquiridas y no aprendidas en la escuela, como el inglés o el francés. Sus instituciones, sus antiguos usos y costumbres precoloniales esperan a ser liberados de la capa de plomo de la occidentalización a toda costa, que les niega todo valor y toda capacidad de evolución y de adaptación a los tiempos que cambian. Los pueblos africanos quieren y aspiran a ser, como en todas partes, los arquitectos de la construcción de su propio bienestar y de su propia felicidad, a partir del derecho a examinar de manera efectiva las decisiones políticas y económicas que les conciernan.
El cineasta burkinés Gaston Kabora escribe que “África debe ser capaz, con urgencia, de producir sus propias imágenes, si no, está condenada a perder su identidad cultural y, por ello, su capacidad de pensar y de gestionar su autodesarrollo, se trata de una necesidad vital, si no los africanos serán despojados de su especificidad y convertidos en incapaces de concebir, por sí mismo, su propio destino”.
* Basile Guissou es Sociólogo (politólogo). Director del Instituto de Ciencias Sociales del Centro Nacional de la Investigación Científica y Tecnológica. Universidad de Ouagadougou. Burkina Faso