EL SIGLO DE LA RAZA HACIA UNA GENEALOGÍA DESCOLONIAL DEL PENSAMIENTO ANTROPOLÓGICO CANARIO DEL SIGLO XIX

Roberto gil Hernández. Revista ACL Revista de la Academia Canaria de la Lengua

Reconstruir el concepto de raza […] no es hablar de una antigualla decimonónica, es hablar de las interconexiones entre ciencia, poder e ideología que atraviesan los dos últimos siglos de la historia canaria. Fernando Estévez. Determinar la raza, imaginar la nación La raza es una demostración de saber y de poder. Por eso, en su acepción moderna, esta no se entiende si no va de la mano del avance del sistema mundial capitalista. Simboliza la complejidad que caracteriza a los seres humanos a razón de su cultura, origen o aspecto físico, atribuyendo de manera alegórica tales diferencias a la sangre. Sin embargo, pensar en la raza como la matriz donde se gesta el racismo no es un planteamiento acertado, pues es el racismo, en realidad, su condición de posibilidad. El proceso de racialización de los cuerpos que habitan el Archipiélago Canario comienza en los albores del siglo XIV. Desembarca en sus costas de la mano de los emisarios de la supremacía europea que convierten a sus antiguos moradores en uno de sus recursos económicos fundamentales. Puede afirmarse, incluso, que el racismo legitima las razias esclavistas que merman su población indígena, facilitando, un siglo más tarde, el inicio de su ocupación colonial. De hecho, la raza se convierte, junto al sexo/género, la clase y la episteme, en la principal expresión de la colonialidad que desde entonces ordena a la sociedad isleña.

Imagen tomada por el fotógrafo noruego Karl Norman durante su visita a Gran Canaria en 1893. En ella aparecen un grupo de mujeres, niñas y niños posando en la puerta de una cueva habitacional situada en La Atalaya, un caserío rural del municipio de Santa María de Guía, en el Norte de la Isla. Esta localidad adquirió una elevada notoriedad durante el siglo XIX a causa de las peculiaridades morfológicas de sus viviendas campesinas, excavadas en sus laderas, repitiendo el patrón establecido por la cultura indígena sobre la que José de Viera y Clavijo decreta, con un siglo de antelación, su «lamentable extinción» (Viera, 1016: 271).

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